Pueblo

Los pueblos del nororiente del estado de México están todos unidos: es difícil saber dónde termina uno y empieza el otro. Las calles son angostas. A ambos lados se aglomeran casas de una sola planta. Sobre algunas paredes exteriores se ven pinturas murales maltratadas por el paso de los años: retratos de Emiliano Zapata, consignas políticas, frases que se repiten en varios colores y tipografías. Algunas casas tienen fachadas de ladrillo; otras, rejas de metal y pintura electrostática. A paso lento y siguiendo el tráfico de camiones de carga, las calles se convierten en laberintos estrechos que terminan en callejones cerrados, a medida que el automóvil se interna en alguno de los pueblos. Tal vez estamos en Atenco, Nexquipayac o Tocuila, pegados estos por calles que comparten nombre, o que tienen dos nombres, uno a cada lado de la calle. La gente camina por aceras delgadas de cemento y piedra. Los comercios están abiertos, exhibiendo avisos pintados a mano o impresos en lonas de colores. [...]