ENCICLOPEDIA DE COSAS VIVAS Y MUERTAS:
LAGO DE TEXCOCO


Introducción

Al oriente de Ciudad de México hay un lago que perdió su agua hace más de 40 años y aún sigue siendo llamado “lago”. Su nombre se enuncia equivocadamente cada vez que aparece en los diarios nacionales, o cuando se escribe en las señales de tránsito a la orilla de la carretera que hoy lo atraviesa. No se le llama “territorio”: se le llama siempre “lago” a pesar de estar seco y poblado de una materialidad distinta. Esta cuenca hecha de sal y tierra, como cualquier difunto cerca de nosotros, necesita un duelo expandido en el tiempo; en medio de su “hogar”, ahora frío y cubierto de polvo, se sigue pronunciando su nombre. El sonido del nombre resuena sin respuesta en la concavidad de este lago vacío, como si fuera emitido entre las paredes de la casa donde habitaba un cuerpo recientemente muerto, bajo la vigilia de los vivos: llamarlo “lago” hace más evidente su ausencia, trayendo a presencia su fantasma.

 

El lago de Texcoco era el cuerpo de agua más grande en la región central mexicana antes de que Hernán Cortés avistara sus orillas desde la distancia, confundiéndolo con un “mar interior”. Sin embargo, hacia 1971 su cuenca estaba completamente seca. Si hiciéramos el ejercicio de superponer un mapa del área actual de Ciudad de México sobre un mapa hidrográfico de esta misma región hacia 1600, el agua cubriría casi todas las edificaciones de la metrópolis, desde Lindavista en el extremo norte de la ciudad hasta Coyoacán al sur; desde los bordes del Bosque de Chapultepec al occidente, extendiéndose al oriente más allá del Aeropuerto Benito Juárez, inundándolo hasta entrar en la ciudad de Texcoco. Su agua salada lo cubriría todo, hinchándose, expandiendo sus orillas cada año durante las fuertes lluvias que aún azotan a la región entre Junio y Agosto.

 

Históricamente, desde que comenzaron las luchas entre humanos y tierra en esta cuenca, el lugar ha dejado de ser sólo un punto geográfico en la región central de México, para convertirse en un espacio donde convergen combates sociales, políticos, económicos, biológicos e incluso geológicos, todos mostrando más ampliamente las relaciones entre la tierra colonizada y los pueblos que la ocupan. La pérdida del agua es el primero de estos combates.

 

Los siglos iniciales de disputa entre el lago y sus conquistadores han sido ampliamente revisados por historiadores, arqueólogos y antropólogos. Dichas revisiones han sido incorporadas a las narraciones de la historia Mexicana: la llegada de los bergantines españoles, la destrucción de la presa de Nezahualcóyotl, la construcción del Tajo de Nochistongo y del Gran Canal que desplazó los últimos litros de agua salada, entre otras. Sin embargo, eventos ocurridos en el transcurso de los últimos cuarenta años de esta disputa han dificultado la formación de una narrativa unificada alrededor de este pedazo de tierra: entre dichos eventos se pueden identificar el confinamiento de la zona luego de la desecación (bajo la protección del gobierno mexicano), la fragmentación del suelo lacustre y la urgencia de otros sucesos recientes en México. Por ejemplo, en los diarios nacionales se encuentran notas de prensa que presentan relatos aún muy fragmentarios de las protestas de los pueblos ubicados sobre la frontera oriental del lago —cuando dicha frontera ha intentado ser movida por el mismo gobierno. De manera similar, en los archivos de la Comisión Nacional de Agua de México (Conagua) escasamente se encuentran algunos informes y documentos aislados. El suelo lacustre, por su parte, ha cambiado aceleradamente, se ha politizado y transformado de maneras cada vez más radicales. Como resultado, ha quedado un enorme vacío de información.

 

En una nación en la que “patrimonio” y “arqueología” son categorías capturadas por instituciones cuyos lineamientos responden a los parámetros de una “historia oficial”, los restos y relatos referentes a las últimas décadas del lago de Texcoco, tan desatendidos como incompletos, están ahí, sin poder concretarse en un objeto académico de estudio: son demasiado recientes para ser parte de la Historia, y a la vez demasiado volátiles para constituirse en patrimonio. Por esto, en lugar de ser situados sobre las líneas de investigación de las humanidades, estos relatos y fragmentos son susceptibles de ser llevados al terreno abierto de la investigación artística.

 

Intentar subsumir las experiencias de este lugar velozmente cambiante, sus fragmentos, documentos y piezas disímiles de información, a una abstracción, a una jerarquización o incluso a un texto lineal y académico, puede constituir un esfuerzo infructuoso, teniendo en cuenta que ninguna institución del conocimiento reclama estos contenidos como suyos. Por esta razón he propuesto la Enciclopedia de cosas vivas y muertas como depositaria de los datos, léxico y carácter propios del moribundo lago de Texcoco: un ejercicio de apropiación realizado sobre una metodología de conocimiento; un conjunto de particularidades inscrito dentro de un contenedor de totalidades, llevado a cabo con una cierta licencia poética en la construcción de su estructura, aunque preciso y veraz en los contenidos que lo pueblan.

 

La desaparición definitiva del lago de Texcoco está atravesada por el espíritu de una “modernidad fallida”: bajo la forma de proyectos gubernamentales y empresariales, una serie de iniciativas contradictorias pretendió demarcar una “totalidad” dentro de un espacio que, en la práctica, se deshacía en fragmentos; a medida que dichos proyectos avanzaban o fracasaban, el terreno se iba llenando de ruinas, se iba fracturando, hasta que los fragmentos mismos se imponían sobre el todo. De la misma forma, el contenedor infinito que proporcionan las enciclopedias modernas bajo la promesa de un “conocimiento total”, compartimentado bajo el orden arbitrario del alfabeto, puede parecer hoy un acercamiento anacrónico al problema del “saber”: en un orden mundial en el cual los sucesos recientes han revelado los límites de ciertas hegemonías, y en el cual vemos cómo sus viejos centros de poder se desmoronan mientras surgen rápidamente otros nuevos centros, la idea de totalidad parece cada vez más cuestionable. Reconociendo esta coyuntura surge la idea de reconquistar este viejo formato enciclopédico de un modo particular.

 

Una enciclopedia, tradicionalmente, está hecha de artículos redactados en un lenguaje desprovisto de toda voz, diciéndonos cómo son las cosas del mundo, cuáles son los asuntos cognoscibles e importantes. Una reconquista de la enciclopedia, como la que aquí propongo, situada tanto geográfica como políticamente en un lugar (el lago de Texcoco) y en un tiempo (el presente), habla de sus contingencias, relata su especificidad. Lo hace además desde la parcialidad de una mirada que se manifiesta a través de varias voces: la literatura, la crónica experimental y la escritura como prácticas inscritas en el terreno de las artes visuales.

 

La iniciativa que da lugar a este ejercicio de escritura está atravesada por prácticas diversas que se valen de algunas herramientas de trabajo tomadas de la arqueología y la antropología: al recoger pedazos de materiales sobre la tierra o entablar conversaciones con los pocos testigos humanos de los cambios recientes en la cuenca lacustre, ha sido necesario armarse de una diversidad de estrategias que permitieran acercarse a cada parte del modo en que cada una lo pudiera requerir. De la misma manera, al compartir con colegas e investigadores de otras disciplinas los retos que plantea el acercarse a la condición fragmentaria del lago de Texcoco, me he encontrado con interlocutores de las más diversas procedencias, todos hablando los dialectos que resultan de una explosión de capitales cognitivos, cristalizados en innumerables especificidades lingüísticas: esta enciclopedia debe honrar entonces la lengua del geógrafo, del ingeniero, del poeta, del periodista, del antropólogo, del artista, del arqueólogo, del filósofo y del curador de museos, para que todos puedan acercarse a ella. Además, la forma de escritura que aquí se propone entra en relación con otros lenguajes —híbridos, inclasificables o “indisciplinados”—, al surgir en un espacio intermedio entre los circuitos artísticos y la academia.

 

La estructura experimentalmente enciclopédica que recibe este conjunto de entradas no se cierra del modo en que lo exige la estructura argumentativa de un texto académico; tampoco concluye del modo en que lo hace una narrativa lineal, yendo de un punto a otro y siguiendo una dirección única. Las enciclopedias modernas se editan y completan constantemente: aún al día de hoy se pueden ver las últimas ediciones de la Encyclopaedia Britannica recibiendo nuevos sucesos, descubrimientos científicos, líderes políticos. A medida que el mundo cambia, las cosas desaparecen, aparecen otras nuevas; algunas cosas viven y sobreviven mientras otras mueren. Algunas cosas muertas, bajo los influjos de una temporalidad que parece a veces regresar sobre sí misma, vuelven brevemente a la vida.

 

Una enciclopedia sobre un lago que no es lago, sino otro lugar, se origina desde la premisa de que su “universo cognitivo” no es lo que promete ser;  al asumir dicha premisa, esta enciclopedia anuncia ser toda ella una extensa conjetura sobre todo aquello que los nombres no revelan, no capturan, no definen. Una enciclopedia como ésta (o como los compendios tradicionales del saber general del cual ella es satírica imitadora y a la vez caníbal) no admite conclusiones, aunque sí permite revisiones, actualizaciones, múltiples versiones y ediciones.

 

Aquí les ofrezco la primera edición de la Enciclopedia de cosas vivas y muertas.